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sábado, 22 de marzo de 2014

Manta Blues

Serían, según el atestado policial, las tres y media de la tarde de un día de enero de este año, cuando una pareja de la policía observó a un indocumentado con una manta en el suelo y diversos efectos sobre ella.
El indocumentado, según consta en el atestado, estaba llamando la atención de los viandantes con “la clara intención de dar salida a la mercancía referida”.
A la vista de tales hechos -y de que probablemente no había nada mejor que hacer- los policías actuantes se acercaron al indocumentado de autos que, enfrascado como estaba en su tarea de “llamar la atención de los viandantes con la clara intención de dar salida a la mercancía referida”, no se percató de la subrepticia llegada de los agentes hasta que los tuvo prácticamente encima.
Tras evaluar sumariamente la situación y a la vista de lo delicado de la misma, el indocumentado, olvidando el ánimo de lucro, abandonó la manta y los efectos que en ella portaba y optó por usar la estrategia que, en términos científico-policiales, suele denominarse como “salir de naja” o “najarse” y que, traducida al lenguaje vulgar, significa literalmente “apretar a correr” o, más precisamente, “salir cagando leches”.

La fuerza actuante, movida por el celo en el cumplimiento de su deber, salió en persecución del indocumentado pero dos circunstancias frustraron inicialmente su intención: La primera que el indocumentado resultó ser un negro de unos dos metros de altura; la segunda que el negro corría a una velocidad tal que habría hecho palidecer de envidia al mismísimo Usain Bolt.
Los agentes, conscientes de la velocidad que desarrollaba el negro a pesar de estar indocumentado y carecer de permiso de residencia, optaron por llevar a cabo una maniobra envolvente aprovechando su superioridad numérica y así, mientras uno le perseguía sin demasiadas posibilidades de alcanzarlo, el otro solicitaba refuerzos y trataba de cerrarle el paso aprovechando la disposición de las calles y callejones por las que estaba escapando el indocumentado de autos al que el atestado se refería como “el interfecto”.
Pero un “interfecto” como el de autos no es un indivíduo cualquiera; el “interfecto” de nuestra historia no es un chiquilicuatro de chicha y nabo, no, el “interfecto” de nuestra historia es, como todos los interfectos que protagonizan estas historias, un interfecto de élite.
Para que se hagan una idea: Nuestro hombre salió de Senegal andando para buscar trabajo y una vida mejor, atravesó tres o cuatro paises, un par de selvas y un desierto; apostó la vida a cara o cruz en una patera, jugó al ratón y al gato con la Guardia Civil en una playa de Almería y, finalmente, como hay que comer y más cornás da el hambre, acabó vendiendo los CD’s de unos sinvergüenzas por los mercadillos; para comer, mire usted señor abogado, porque cuando eres ilegal no puedes trabajar y si no puedes trabajar entonces ya todo da lo mismo; hagas lo que hagas, siempre, es ilegal; hasta trabajar, hasta vivir.
Por eso, esa tarde de enero, el “interfecto” de nuestra historia decidió que no le apetecía pasar el fin de semana en los calabozos de la comisaría de policía (y quien sabe si algunos meses más en la prisión) y, en lugar de entregarse, apretó a correr.
La persecución se desarrolló como en las mejores películas, con el indocumentado trepando a los techos de las casas y tratando de huir por los tejados; pero en esta ocasión no tuvo suerte. Finalmente fue alcanzado por dos policías que afirman que el sujeto en cuestión opuso fuerte resistencia consistente en empujones, agarrones y hasta puñetazos en el costado de uno de ellos. La resistencia acabó cuando nuestro indocumentado fue derribado, engrilletado y detenido. Según la policía, claro.
Ahora el fiscal pide para el “interfecto” 3 años y 8 meses de prisión, multa de 15 meses (que seran siete meses y medio más de prisión si, como parece, el acusado no la puede pagar) y accesorias por dos delitos, uno contra la propiedad intelectual y otro de atentado.
En fin…
La nota simpática en todo éste asunto la ponen asociaciones defensoras de la justicia y el bien común como la SGAE que,como no podía ser menos, ha reclamado que el “interfecto” pague los dinerillos que pudieran corresponderle.
Diariodeunabogado.

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